MENSAJE DE NAVIDAD
“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”
(Is 9,5)
Canta
Isaías, el profeta de la esperanza. Contemplemos, pues, la escena. Una noche estrellada y fría en la ciudad de David,
Belén; una familia que no encuentra cobijo; una mujer a punto de dar a luz, y el inquieto sosiego
de su esposo que quiere proteger al niño
que va a nacer y a la madre, Y María dio a luz en un portal donde se guardan
los animales y los aparejos
de los pastores. Aquella noche
de Belén se hizo día, la luz disipó las tinieblas que se cernían sobre el
mundo desde la primera desobediencia del hombre. Los padres no entendían nada, pero se admiraban y lo aceptaban
como el don más grande de sus
vidas.
Es una escena entrañable en su pobreza, de una austeridad que solo puede
estar inspirada en la grandeza de
Dios. Se respira amor, delicadeza, ternura, gozo. Una madre que tiene en sus brazos al niño ante la mirada admirada
y orante del bueno de José. Ellos son los grandes contemplativos que
nos enseñan cómo vivir la Navidad, cómo contemplar el misterio de todo un Dios hecho
uno de nosotros.
Después llega la fiesta, la algarabía. Llegan los pastores, cantan los
ángeles al tiempo que anuncian el
acontecimiento; desde lejos vienen los magos para ofrecer regalos al Niño. Navidad,
definitivamente, es una fiesta.
Os invito, querido hermanos, a emprender el camino hacia Belén, a ese
lugar que está ya en cada rincón de
la tierra y en cada corazón, al Belén donde Dios nace en nuestras vidas,
al Belén que es, o
al menos puede ser, cada
día del año.
La primera
condición del camino es ir juntos. Hasta el portal de Belén no se va solo, siempre se va con los otros, en compañía;
tenemos que compartir para que la senda sea más
llana; además, es la oportunidad para escucharnos, para dialogar, para
compartir los gozos y las cargas; hemos de escuchar juntos lo que Dios quiere y espera de nosotros,
de la Iglesia. En estos meses hemos escuchado muchas veces la palabra
“sinodalidad”, pues el camino de
Belén es sinodal, se hace juntos porque vamos a la misma meta, porque el
camino es de todos y para todos.
El camino a Belén es también oportunidad de conversión. Es momento para quitar de nuestra vida lo que nos impide llegar hasta Jesús. Dejar nuestro orgullo y la ambición, desterrar un corazón endurecido y engañado por las llamadas a lo material, al consumo, y a la comodidad. Es el momento de acabar con la indiferencia que nos paraliza. Hemos de dejar los miedos y los temores ante lo que no conocemos o no controlamos. El camino de Belén, no lo olvidemos, es un camino hacia Dios, un camino siempre virgen que hemos de hacer con confianza y en abandono.
El camino de
Belén se hace con aire de fiesta, y al mismo tiempo en silencio. No es una contradicción, no. La escena de Belén nos revela cómo Dios, en silencio,
se manifiesta al mundo, y
nos enseña que necesitamos el silencio para aprender a escuchar a Dios. El camino de Belén es un camino
orante. En estos días, de un modo especial, hemos estar abiertos a Dios, a sus sorpresas, a su amor que siempre
está lleno de ternura, aun en medio de la prueba.
En el camino hemos de recoger a los que se quedaron en los bordes, en las
cunetas de la historia. Hemos de unir
a nuestro andar a los pobres y a los descartados. Ellos son el mejor pasaporte para llegar a Belén. Los
pobres son el rostro y la carne del Niño que
nace en Belén, nos muestran la belleza de la herida, y nos recuerdan que
la carne herida es camino de salvación. Tenemos que acoger a los pobres, levantarlos del fango, cuidarlos e integrarlos en
nuestro camino.
Finalmente, al camino estamos invitados todos. También los que buscan y
no han encontrado, los que dejaron un
día este camino de fe por escándalo, por cansancio, o desilusionados. Este camino es
un camino de esperanza, de vida. Es un regalo.
Belén no es
solo un hecho histórico, es una realidad que afecta a la existencia humana de cada momento de la historia, es una
llamada que no se apaga nunca, porque el Señor
sigue viniendo. Así lo proclamamos en uno de los prefacios del adviento:
El Señor que nació en Belén “viene ahora a nuestro encuentro
en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en
la fe y por el amor demos testimonio de la esperanza dichosa
de su reino”.
Hoy os quiero traer uno de estos belenes que hay a nuestro lado.
Contemplemos la escena. En Aranjuez,
en medio de un campo árido se asienta un auténtico vergel de vida y esperanza. En pobreza, hace treinta y
un años, nació una obra, fruto del amor de Dios, se llama Basida; allí se acoge a los más pobres, a los que el
mundo ha desechado a cualquier edad y
por cualquier circunstancia, en esta familia se les pone rostro y se les devuelve
la dignidad que la vida les había negado, se les curan las heridas
y se les quiere como son,
entonces, se demuestra que siempre la consecuencia de la caridad es el gozo.
En la comunidad de Basida se vive la alegría de los sencillos, entre
ellos se ve con claridad que Dios ha
querido nacer para ellos y para todos, que Dios no rechaza, sino que acoge y salva. Al compartir con ellos
la Eucaristía uno comprende que cada día es navidad
en el corazón de los que se ponen en camino y abren las puertas de su vida al Señor que llega.
Pensemos por un momento, llevémoslo al corazón: Voy a Belén, celebraré la
Navidad del Señor, ¿qué puedo
llevar al Niño?
Que la sagrada familia de Nazaret, os bendiga y bendiga a vuestros
hogares, que acompañe el camino de los que están lejos del suyo, o no lo tienen.
Os deseo
a todos una feliz y santa
Navidad.
+ Ginés,
Obispo de Getafe.
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