A
PIE DE CALLE
Algunos intentos fallidos de hermanos
venidos de fuera, la salud precaria de algunos y las edades que avanzan, nos
han obligado a dejar, por ahora, nuestra presencia en el barrio de San Blas
(Madrid) y el proyecto de unidad pastoral en el que hemos colaborado desde hace
tres años. Al concluir esta etapa, Pepe Rodier, Hijo de la Caridad, nos
comparte algo de lo vivido.
He estado durante tres años en este barrio de San
Blas. Ahora, cumplidos los 85 años, empiezo otra etapa de mi vida. De momento,
voy a vivir, como jubilado, en un barrio de Getafe, con mis compañeros de
congregación. Sin ninguna pretensión, os transmito algunas reflexiones, a
partir de lo vivido en la calle y en el contacto con las 4 parroquias que
conforman la unidad pastoral.
1. Otros dos compañeros y yo llegamos en agosto de
2017, viviendo en un piso de alquiler del polígono H de la avenida Hellín, sin
ninguna responsabilidad parroquial. Durante los primeros meses, intenté conocer
más de cerca la vida de nuestros vecinos. Entre agosto y octubre, el lugar de
diálogo era el portal del edificio al atardecer, donde nos juntábamos unas 15
personas y muchas “mascotas”. Había una persona mayor, de mucha personalidad,
que era como una referencia. Enseguida nos preguntó nuestros nombres y quiénes
éramos. La acogida fue buena. “Es una protección tenerles a nuestro lado”,
decía. Otros callaban. Poco a poco, sin prisas, fue surgiendo una cierta
amistad. No tenían contacto con la parroquia vecina, salvo con ocasión de algún
funeral. Algunos conocían al párroco, que vivía en el portal de al lado. Otra
familia, los vecinos de nuestro rellano, tenían contacto con la parroquia de
San Blas. Nos hablaban de un encuentro de personas mayores. “Esos encuentros me
han salvado de una depresión, después de la muerte de dos hijos”. Pronto me di
cuenta de que en ese barrio había habido mucho sufrimiento. Otra vecina, joven,
con una hija adolescente, decía siempre: “la procesión va por dentro”. Mi
compañero Michel tenía contacto con dos adolescentes que vivían con su madre
viuda. Iban al colegio cercano, no tenían ninguna formación cristiana, pero les
gustaba charlar con Michel.
2. Desde el principio, iba a la parroquia de San Blas,
al otro lado de la avenida Hellín. Ya conocía al párroco y valoraba mucho su
acogida y sus predicaciones. Durante los primeros meses asistía a misa como un
fiel más. Una pequeña comunidad de gente mayor y algunas religiosas hijas de la
Caridad y salesianas. Poco a poco, fuimos conociendo el ambiente de esa
comunidad parroquial: muchos mayores, algunos adultos de mediana edad y unas
jóvenes relacionadas con las hermanas. Dos personas mayores que visitaban
enfermos me pidieron acompañarlas. Fueron encuentros muy entrañables. Como me
decía el párroco: “así vas a descubrir la pobreza de muchos mayores y sus
familias”: el recuerdo de hijos muertos en los años 80 por el alcohol y las
drogas, por el sida. Admiraba el saber hacer y la delicadeza de esas
visitadoras de enfermos, vecinas del mismo barrio. Se palpaba algo de Dios.
Recalco también otros lugares de encuentro. En primer
lugar, en el centro comercial del barrio. Michel rápidamente conoció a
empleados de la pescadería, uno de ellos argelino, nacido cerca de su pueblo
natal. En la charcutería, un vecino ya cercano a la jubilación, que solía ir a
misa a San Blas, nos saludaba y nos hablaba de la parroquia: “encontré una gran
ayuda del párroco en momentos difíciles de mi vida”. El centro comercial era
lugar de muchos encuentros.
Otro lugar de encuentro llamativo: después de la misa
dominical de las 12,30, mucha gente, incluso mayor, iba a uno u otro bar
vecino, a tomar un refresco o una cerveza.
Allí se mezclaban con una población aparentemente indiferente a la Iglesia,
pero les unían lazos de muchos años de vecindad e incluso de amistad. O por la
tarde, personas mayores, algunos de la parroquia otros no, compartían un
momento de merienda y de tertulia. Verdaderos “salones de los pobres”, todo
ello vivido con mucha normalidad y agradecimiento por ese momento de descanso.
3. Al cabo de un año pudimos invitar a casa a los
demás sacerdotes de la unidad pastoral. Comprobamos la amistad entre los
sacerdotes del mismo arciprestazgo. Dificultades y cansancios normales, pero un
gran deseo de compartir. La reunión mensual del arciprestazgo se vivía en un
clima de fraternidad.
Cuando nos responsabilizamos de la pequeña parroquia
de Virgen del Mar, mi compañero Paco, el párroco, consiguió pacificar un
ambiente enrarecido por la historia y ayudó a la gente a descubrir y participar
en la unidad pastoral. Se trataba de rehacer la comunicación entre el santuario
de la Divina Misericordia y la parroquia en la que tenía su sede, y, sobre
todo, fomentar una auténtica parroquia de barrio. Algo se ha conseguido, pero
la tarea continúa. Los nuevos sacerdotes tendrán que continuar ese esfuerzo.
4. Personalmente, al estar más liberado de
las tareas parroquiales, que, por otro lado, son mínimas, salvo el aspecto
económico que es un rompecabezas, he podido dedicar tiempo a conocer a la gente
en la calle, en los bares y plazas cercanas a la parroquia. Descubrí muchas
formas de pobreza: hombres parados, pensionistas con pensiones mínimas, con
enfermedades de larga duración, “okupas”. Dos o tres veces a la semana pateaba
el barrio al atardecer y, a veces, al final de la mañana. Así he podido conocer
algo de la vida de muchas personas. Saludar, preguntar el nombre, sentirse
profundamente cercanos a ellos. Fue naciendo una pequeña red de amistad. En
general, la Iglesia no interesa, se consideran fuera de ella. Pero, algunos
hombres me pidieron pequeñas cruces, que llevan con mucho respeto. No quiero
sacar conclusiones ni hacer teoría. Simplemente, a través de hechos concretos,
en continuidad con mi vida anterior en Getafe y Leganés, he vuelto a descubrir
un pueblo indiferente a lo que se vive en las parroquias. Se han alejado de
esta institución, como se han alejado de otras, decepcionados (asociaciones de
vecinos, los servicios sociales…), pero son sensibles a la bondad. Quieren que
se les escuche, sin prisas (llamo a esto “la Iglesia de abajo”). Algunos te
hacen preguntas vitales y muestran su deseo de ser escuchados. Me produce mucha
tristeza cuando algunos hombres ya mayores te dicen: “en esta sociedad somos
una mierda”. La tarea es revelarles su dignidad y revelar a la Iglesia su
existencia y sus deseos. Una tarea lenta, muy escondida, con contradicciones,
decepciones y fracasos, pero también con encuentros y diálogos entrañables. No
se puede celebrar la Eucaristía y proclamar la oración universal y, a mismo
tiempo, olvidar la vida de tanta gente del pueblo, que vive y sobrevive junto a
nosotros. Como no podemos olvidar el drama de las pateras, de tantos lugares de
África y del mundo. No se puede olvidar la vida, los llantos y las alegrías de
un pueblo en el que hay tantas perlas preciosas.
En la vida de cada sacerdote, de cada
creyente de nuestras parroquias de barrio debe haber espacio para el tiempo
gratuito, amistoso, con la gente la calle. “El sufrimiento de muchos pobres,
decía el sacerdote suizo Maurice Zundel, es que nadie necesita su amistad.” La
Iglesia sí necesita su amistad.
Por discreción no cito el nombre.
Recientemente murió en soledad un hombre muy conocido en ese ambiente de la
calle. Celebramos una pequeña reunión e un local de la parroquia. Me lo
pidieron seis personas, acudieron unas veinte. Todos pudieron expresarse, decir
un adiós al amigo. Según algunos, salieron más pacificados. Se leyó un texto
del Evangelio y, libremente, cada uno pudo besar el crucifijo (fue antes de la
pandemia).
Habría que añadir los numerosos contactos
con latinos de distintos países de América, y personas de otros países (India,
por ejemplo), que acuden a la misa dominical. Es importante cuidar la acogida.
Por la búsqueda de trabajo, hay mucha movilidad, pero algunos llevan muchos
años en el barrio. Es importante formar líderes cristianos entre ellos. Valoran
nuestra parroquia. Hay que pedirles servicios (leer en las misas, cantos,
algunas madres catequistas). Valorar su religiosidad, sus devociones, en medio
de una vida muy dura (hacinamiento, tipos de trabajos, falta de papeles). En
general, son personas jóvenes en medio de un barrio de gente mayoritariamente
mayor. Hay mucha tarea. Una tarea apasionante.
Pepe Rodier,
agosto 2020
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