EN
EL 1° DE MAYO DE 2020
En la madrugada del 1 de
mayo de 1928, a los 75 años de edad, fallecía en París, J. Emilio Anizan,
fundador de los Hijos de la Caridad. ¿Un guiño del Señor? Quizás. Fallecía un
hombre que entregó su vida a los trabajadores, para que descubrieran su
dignidad de hijos predilectos de Dios, como todos los pobres de la tierra. Su
deseo y su “obsesión” fue que tuvieran en la Iglesia, y en la sociedad, el
lugar privilegiado que Jesús, en nombre de su Padre, les había dado en su
corazón: “El Espíritu del Señor me ha enviado a anunciar a los pobres la
Buena Noticia” (Lc 4, 16)
Todo 1° de Mayo es una
fiesta especial para los Hijos de la Caridad, que nos une con todos los hombres
y mujeres que a lo largo de la historia han luchado y siguen luchando para que
los trabajadores y trabajadoras, que conforman la gran masa de la humanidad,
vean reconocidos sus derechos y puedan gozar de una vida digna y humanamente
plena.
Este 1° de Mayo de 2020
es muy especial, por la situación que atraviesa la humanidad y que afecta, y
afectará, como siempre, en primer lugar a los más frágiles y vulnerables:
migrantes, jóvenes, ancianos, mujeres, familias mono-marentales, trabajadores
con empleos precarios o en la economía sumergida, desempleados…
Inspirados por las
intuiciones de J. E. Anizan hace un siglo, y con Jesús y su Evangelio como
referencia, dos cosas ocupan nuestra celebración y nuestra oración:
1. La cantidad de
perlas preciosas de solidaridad y capacidad de servicio que existen en el
mundo de los trabajadores, y que se han puesto especialmente en evidencia en
estos meses de crisis sanitaria y económica: trabajadores sanitarios, de
comercios y servicios básicos (limpieza, seguridad, cuidadores y cuidadoras),
etc.
2. La precariedad de
muchas vidas, a causa de un sistema económico que penaliza a la mayoría de
la población, y que necesita de una solidaridad y una reacción de
responsabilidad ciudadana para atacar las causas de tanto sufrimiento que puede
ser evitado.
La Iglesia de Jesús, como
el Papa Francisco insiste sin cesar, tiene el deber, por encargo de su Maestro,
de estar en primera línea en ese reconocimiento y en ese combate por una
sociedad más justa y acorde al sueño de Dios sobre la humanidad.
“Hermanos, en este
momento, en nuestra sociedad, hay una gran víctima… La víctima actual es
nuestro pueblo, el pueblo que trabaja y que sufre, en nuestras ciudades en
nuestros campos, ¡un pueblo, por desgracia, demasiado abandonado!
La gran virtud del
cristianismo, la caridad, brilla en medio del pueblo: noches dedicadas a
enfermos o junto a personas más necesitadas que ellos, después de una jornada
de trabajo… tiempo consagrado a ayudar a familias extranjeras… dinero,
aportaciones para ayudar a ancianos, a familias, a niños… ¡Cuántos servicios de
todo tipo, a expensas del descanso y a veces de la salud!... ¡Diariamente soy
testigo admirado de todo esto!”
(Extracto de la homilía pronunciada
por J.E. Anizan
en la iglesia de Saint Paul, en
París, en 1891)
José Miguel Sopeña, fc.
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