Cuando la desesperanza
acecha al apóstol
La
compasión del apóstol está atravesada por la cruz, mediante la cual se abandona
entre las manos del Padre. ¿Cómo actuar cuando en nosotros o a nuestro
alrededor acecha la desesperanza, bajo el peso da la cruz? El relato de los
discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) es muy iluminador.
1. El camino que lleva de Jerusalén a Emaús
Lo que vemos en Cleofás y su compañero, en su
camino de vuelta a casa, no son solo sufrimientos, heridas, en búsqueda de
consuelo o de curación. Es algo peor: la decepción, la desesperanza. En ellos
están representados todos los sueños y esperanzas de nuestro mundo rotas. Ese
tipo de herida exige un tratamiento diferente. Es lo que Jesús, el Resucitado,
se aplicará a realizar con ellos.
Esos
hombres formaban parte del grupo de discípulos. Habían conocido a Jesús,
escuchado sus palabras, habían sido testigos de sus gestos anunciadores del
Reino de Dios, habían creído en él, le habían seguido… En resumen, habían
recorrido el camino de la fe y la esperanza. Pero, ese camino se termina en el
fracaso más total. Pensemos en todos esos hombres y mujeres que han dado la
vida por una causa justa, que se han comprometido, hecho opciones, renuncias.
Pensemos en los que han “creído” y confiado en el hombre, en Dios. Pensemos en
nosotros mismos y en tantas esperanzas rotas. Todos, en un momento u otro de la
vida y de la fe, nos encontramos recorriendo un camino de vuelta. Sobre tal o
cual aspecto “estamos de vuelta”, dice la expresión popular. ¿De vuelta hacia
dónde? A casa, a un hogar recogido, caliente, pero bien seguro y cerrado, sin
horizontes engañosos. Jerusalén había simbolizado la realización del sueño de
Dios, con el que esos hombres habían comulgado. Tras la muerte de Jesús,
Jerusalén se convierte en el símbolo del fracaso, del “silencio” de Dios ante
el Mal. Emaús es el refugio.
Jesús
había enviado a sus discípulo de dos en dos, a anunciar la Buena Nueva y a
expulsar demonios. Aquí también son dos, pero ya no están en el camino del
envío, de la misión, sino del repliegue.
2. La pedagogía de la caridad ante la desesperanza
- Lo
primero que hace Jesús es “acercarse y caminar con ellos” el tiempo necesario,
con discreción, paciencia, amistad. Después sabremos que ese gesto hizo que las
brasas que se mantenían bajo las cenizas, dieran calor a sus corazones. A
veces, esos rescoldos prácticamente olvidados bajo el peso del sufrimiento,
reciben como un soplo de aire que los reaviva, aunque sea imperceptiblemente.
Una memoria puede reavivarse.
- En
segundo lugar, pregunta, se interesa por lo que les sucede y les preocupa. Y
escucha atentamente su historia.
- Es solo
a partir de ahí cuando se expresa, revelando, a través de la historia y de su
historia, los signos del amor de Dios. Sin memoria no hay posibilidad de
futuro. La cruz está plantada en una tierra rica en signos. Uno de los grandes
problemas hoy es la pérdida de memoria, y, sobre todo, la falta de elementos
para leerlos e interpretarlos a la luz de la historia de la salvación. ¿Tienen
la mayoría de los cristianos esos elementos de discernimiento? ¿Si no es el
caso, pueden alcanzar “la inteligencia de la fe”?
- Esa
larga preparación dará lugar a un gesto de caridad, a través de la acogida y el
compartir de parte de los dos discípulos desesperanzados. Es ese gesto el que
les abrirá la puerta de la fe y la esperanza maltrechas, el que les permitirá
“reconocer” a Jesús. No es el Resucitado quien se ha “impuesto” de alguna
manera, sino la caridad la que ha resucitado la fe, la que ha hecho caer el velo
que les impedía ver.
- El
hogar y la mesa compartidos se transforman en gesto eucarístico, que ya les
acompañará en el camino de la vida y alimentará su fe y su esperanza en
próximos fracasos. Y, como nos recuerda el final de la multiplicación de los
panes y los peces, ese alimento será inagotable (siete cestos llenos).
3. De Emaús a Jerusalén
Con ese
“encuentro” en sus mentes y en sus corazones, los discípulos se transforman en
apóstoles. Rehacen el camino hacia Jerusalén (lugar que habían dejado en la
muerte) para hacer de él lugar de anuncio y de gozo, de vida y esperanza. Será
el mismo camino que realizarán las mujeres que fueron al sepulcro y de cuyo
testimonio ya habían tenido conocimiento, sin que produjera en ellos cambio
alguno, pues necesitaron hacer su propia experiencia. Lo que nos enseña una vez
más que la fe no se reencuentra ni se fortalece si no es pasando por la prueba
y por la cruz.
Debemos pedir en nuestra oración que el Señor nos
conceda la gracia, en nuestras desolaciones y desesperanzas, de poder realizar
ese encuentro en nuestros caminos de “Jerusalén a Emaús”, de contar con
personas que encarnen la pedagogía de la caridad utilizada por Jesús.
Pidamos también la gracia de ser nosotros “pastores”
– “pasadores”, para ayudar a otros en esas travesías, a pasar de un lado a
otro, de la desesperanza al reconocimiento del resucitado, a la misión y al
anuncio.
José Miguel Sopeña, fc
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