MENSAJE FINAL DEL XVIII CAPÍTULO GENERAL
DE LOS HIJOS DE LA CARIDAD

EL ACOMPAÑA NUESTRO CAMINAR


¡Cien años ya! Brota en nosotros un sentimiento de agradecimiento por el camino recorrido. Al clausurar este XVIII Capítulo General, escuchamos con alegría y confianza la llamada que Dios nos hace a seguir caminando tras los pasos del Padre Anizan y las primeras generaciones. Un camino de vida y esperanza, a imagen del recorrido por los discípulos de Emaús.

“¿De qué discutís mientras vais caminando?” (Lc 24, 17)
Caminando, llevamos con nosotros la vida del mundo. Seguimos confiando en el hombre y creyendo en el Dios presente en este mundo, pero la fragilidad de la persona humana y de las relaciones sociales nos cuestionan. La injusticia golpea cada vez más a los pequeños y a los pobres. “La mundialización de la indiferencia” va debilitando valores como la fraternidad o la solidaridad. El individualismo, el hedonismo y el consumismo deshumanizan a la persona. Numerosos son los que, en nuestras sociedades inestables, buscan un sentido a sus vidas. Sea cual sea nuestro continente, todo ello afecta a nuestra familia de Hijos de la Caridad, tanto personal como comunitariamente.

“¿No ardía nuestro corazón?” (Lc 24, 32)
Caminando, como a los discípulos de Emaús, Cristo nos ha ayudado a releer nuestra historia. Nos ha asegurado que sigue caminando a nuestro lado, y nuestros corazones de pastores y apóstoles han ardido con la misma pasión y el mismo celo apostólico que nuestro fundador.

Con alegría, hemos redescubierto la belleza y la grandeza de nuestra espiritualidad misionera, que nos invita a “ir a Dios y al pueblo juntos”, a ser tan “contemplativos” como “activos”, a “ensanchar nuestra mirada”, para buscar a Dios y dejarnos buscar por El, fieles a nuestra misión en medio del pueblo. Aunque pueda ser un lugar de prueba, la vida fraterna sigue siendo un tesoro que hemos de cuidar. Es un camino de conversión y de humildad.

“Le reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 30-31)
Caminando, hemos vuelto a tomar conciencia de que la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Señor, continúan actualizándose en “las muertes y resurrecciones” del pueblo y en las de nuestras existencias personales y comunitarias. Hemos celebrado ese misterio pascual en nuestras eucaristías y en nuestros tiempos de adoración. Juntos, hemos reconocido que la cruz de Cristo no es ante todo un lugar de sufrimiento, sino el lugar donde se manifiesta el Amor misericordioso de Dios por la humanidad. Nuestras vidas comunitarias y apostólicas son insistentemente invitadas a abrir los ojos para contemplar la vida del pueblo, a compartir la Palabra del Señor y su Pan y a desvelar y anunciar su presencia.

“Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén” (Lc. 24, 33)
Caminando, como los discípulos de Emaús, el Espíritu Santo nos urge a volver a nuestros barrios y nuestras iglesias locales, para anunciar la Buena Noticia. Los desafíos se han convertido en caminos de esperanza.

Con vosotros, queremos renovar la llamada a nuevas vocaciones, pues nos maravilla la pertinencia y la actualidad del mensaje de nuestro fundador.

Con vosotros, creemos que nuestras vidas religiosas y apostólicas dan testimonio de la Caridad-Compasión del Dios que salva. La Buena Noticia sigue siendo proclamada a los pobres, y el pueblo busca pastores impregnados de bondad y dulzura, de benevolencia y ternura.

Con vosotros, en un mundo en el que la movilidad humana mezcla lo multicultural y lo interreligioso, queremos compartir la riqueza de la acogida y del encuentro con el otro. Frente a la indiferencia y al miedo, queremos promover la paz, la solidaridad y la fraternidad.

Con vosotros, deseamos acompañar la rica variedad de experiencias, que van desde la piedad popular a la búsqueda de sentido. Al acogerlas, queremos “devolver al pueblo la gran inteligencia del cristianismo” (P. Anizan)

Con vosotros, damos gracias a Dios y a la Iglesia por habernos dado al Papa Francisco, que nos invita a escuchar el grito de la tierra y el grito de los pobres, a comprometernos en la lucha ecológica por la preservación de nuestra tierra y por la justicia: “¡Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde la tierra!” (Gen. 4, 10). ¡Ojalá sepamos escuchar su llamada a vivir una “feliz sobriedad”!

Como en Emaús, el Señor acompaña nuestro caminar, para iluminarlo y darnos ánimo. Nuestro Instituto es un verdadero don del Espíritu Santo, llamado a ser un “cuerpo apostólico internacional”. Jesús es el “primer Hijo de la Caridad”. Dejemos que el Espíritu lo forme en nosotros, para decir con María, nuestra Madre: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Al alba de este nuevo siglo, las palabras del P. Anizan nos acompañan: “Animo y confianza, siempre y en toda circunstancia”.

Issy-les-Moulineaux, 18 de agosto de 2018







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