¿Alguien podría explicar cómo de una pequeña semilla de
trigo, que se entierra y se pudre, brota poco a poco la vida y crece una espiga
llena de granos? Porque el que pueda explicar esto ha entendido el sentido de
la resurrección.
¿Alguien podría explicar como de una vida insignificante y
fracasada como fue la vida de Jesús, que le mataron y sus discípulos le
abandonaron, que le metieron en un sepulcro bien cerrado, brotó la vida nueva
de la resurrección que ha llegado hasta nosotros?
Jesús tuvo que superar una última lucha la noche de
Getsemaní. Tuvo que decidir si entregaba la vida o se la guardaba. Si enterraba
la semilla y la conservaba. Fue una dura lucha. Sabía que le esperaba la cruz y
la muerte. Creo que Jesús escuchó esta invitación: Confía y entrega la vida. Porque
si la semilla no se entierra, no da fruto. Y de su entrega brotó la
resurrección y la vida.
Cuando hablamos de la resurrección solemos pensar en la vida
después de la muerte y nos hacemos muchos líos. No podemos creer en la
resurrección de Jesús, en la nuestra cuando nos llegue la muerte, si antes no
hemos creído, experimentado, que es posible resucitar muchas veces en la vida.
¿Cómo? Entregando la vida.
No hay cosa que duela más que el amor. El amor es un
sacrificio y entregar la vida duele. A Jesús le costó pasar por la cruz. Pero
de esa entrega brotó la vida. Sólo podremos creer en la resurrección si hemos
experimentado en nuestra vida el dolor de la entrega y el gozo de la resurrección,
de los frutos que produce nuestra entrega, del milagro de la vida.
Tenemos la tentación de guardarnos la semilla. Me la guardo,
la vida es mía. Hago con ella lo que me da la gana. No la entrego, no me
comprometo, para qué, a disfrutar. Pero la vida así no da fruta, se queda
infecunda, como una semilla que no se entierra.
Tú confía y entrega la vida y sabrás que es la resurrección.
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