JORNADA DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES - TESTIMONIO VOCACIONAL DE JOSECHU:

JOSECHU ES EL PRIMERO POR LA IZQUIERDA. 
¡QUIÉN LO HUBIERA DICHO!

Nadie lo hubiera imaginado. Yo soy el primer sorprendido, por mis posibilidades y mis innumerables limitaciones de todo tipo. Miro hacia atrás, y busco algunos hechos, acontecimientos, personas con las que Dios fue tejiendo mi ser hoy religioso sacerdote Hijo de la Caridad. Ahora, al contarlo, todo parece apuntar a la vocación, pero os aseguro que familiares, amigos y vecinos les costaba creer que llegara a ser cura. Recuerdo algunos vecinos preguntándome si era verdad lo que se decía sobre que iba a ser cura.

Aunque algo tarde, el descubrimiento de la Parroquia de mi barrio de las Letanías de Sevilla, tuvo ciertamente algo que ver. Gracias a su comunidad viva y cercana, a través de sus grupos, sus sacerdotes y sus monjas (J.M. Valmisa, Chimo, Emilio, Milagros, Alicia...).
 
Tenía 17 años cuando la JOC (Juventud Obrera Cristiana) entra en mi vida y en la de mis amigos, a través de un joven como nosotros, al que le cogimos cariño por todo el que él derrochaba. De manera muy sencilla pero muy real fui descubriendo un estilo de vida que me atrajo, me sedujo. Más tarde ya en el equipo de vida con el acompañamiento de Luis el consiliario, iría ahondando en esa forma de ser que no era otra que la de Jesús de Nazaret. Destaco una experiencia de encuentro con la persona de  Jesús en un campamento a través de la parábola del buen samaritano, ¡cómo sentí alivio y curación en mi vida! Sentí una invitación a hacer yo lo mismo.  La JOC se convertiría para mí en una familia que recompondría mi vida y me ayudaría a recomponer la vida de otros jóvenes, sin ir muy lejos, los de la esquina de mi calle. Me emociona recordar todo esto.

El trabajo con jóvenes toxicómanos y sus familias rotas como educador de calle en el Barrio de San Jerónimo de Sevilla. Fue una experiencia de entrega de cinco años muy dura, pero donde mi vida alcanzó un gran sentido. Fue allí también donde conocí a los primeros Hijos de la Caridad (Víctor, J.M. Sopeña y Miguel). La vida de estos hombres me impactó mucho por su sencillez y su alegría de vivir, su encarnación en el barrio, tan a pie de calle, eran como uno de tantos, pero diferentes, su manera de acoger a la gente, acompañar a los grupos de la Parroquia.

Hay un dicho que dice; “Arrieros somos y en el camino nos encontraremos”, y nos encontramos. Pronto nos hicimos amigos, y buenos, con el tiempo. A veces me quedaba a comer con ellos, y antes de comenzar el almuerzo rezábamos un ratito. Cuánto bien me hacían esas oraciones y su amistad, a la vez me daba fuerzas para continuar mi trabajo con los toxicómanos y sus familias.

Al marchar los Hijos del barrio y dejar la Comunidad de San Jerónimo  se creó un gran conflicto con el nuevo sacerdote que llegó, algo enfermo psicológicamente y muy autoritario. Quiso echar por tierra toda la labor que se venía realizando. En una de las reuniones de la comunidad, para reflexionar sobre la situación que estábamos padeciendo, Rogelio tomó la palabra y dijo: “¡Qué buenos sacerdotes se nos han ido, y cuánta falta nos hace hombres así¡” Esas palabra resonaron y se grabaron en mi corazón. Aquel hombre, Rogelio, al que conocía y estimaba, nunca supo como Dios me habló a través de él. Creo que este acontecimiento fue el detonante de mi inicio “formal” con los Hijos. Recuerdo que por aquel tiempo también resonaron unas palabras que en su día Víctor me dejo caer en un largo paseo que dimos juntos por el barrio: “¿No se te ha pasado nunca por la cabeza ser sacerdote?”

Empecé a centrarme algo más en Dios, al tiempo que conocí algo más a los Hijos en Madrid, la Comunidad de San Eladio, la historia de los Hijos, de su fundador el P. Emilio Anizan, sus palabras tan oportunas: “Hacen falta hombre que amen a este pueblo y que se entreguen totalmente.” Con esa doble pasión por Dios y por el pueblo pobre y trabajador.

La verdad es que la experiencia que iba teniendo me impulsaba a seguir dando pasos, no fueron pocas las dificultades sobre todo con los estudios, pero Dios, no sé muy bien como, seguía tirando de mí hacia adelante, a pesar de mis dudas y resistencias.

¿Dónde se alimenta hoy mi vida de Hijo de la Caridad?

La cercanía, el encuentro con tanta gente sencilla, humilde y trabajadora de nuestro barrio de San Nicasio, que tanto tiene que ver con mi origen, historia, con mi llamada (en aquellos barrios de San Pablo, Polígono Sur, San Jerónimo y la Alhóndiga). Solo pronunciar estos lugares, hace que se encienda mi corazón agradecido por sus gentes.

En estos momentos detengo el escrito para ir con Hernán, colombiano, a su casa. Una vecina iba a tirar un frigorífico y lo ha recogido él. Me dice: “Mire padre lo bien que está, y seguro que alguna familia lo necesita.”  Juntos lo llevamos a  la Parroquia.

Hace unos día tomando café en un bar del barrio, se acerca una mujer, y me da una servilleta de papel, y me dijo: “Tome, no me sobra, pero usted sabe como yo que las familias que lo están pasando mal.”  En la servilleta iban cincuenta euros.

¡Cómo entienden los pobres de necesidades y de compartir! De cuantas pequeñas, pero preciosas perlas preciosas, somos testigos. Cuánto se manifiesta Dios anónimamente en las calles y plazas de nuestro pueblo. Y cómo ese Dios de la Vida nos va trabajando, haciendo, a aquellos que hemos hecho de Él lo más valioso, nuestro Gran Tesoro.

Formar parte de una Comunidad como la de San Eladio, con una solera de cuarenta años de experiencia de  vida y de fe, toca y trastoca en el mejor sentido mi vida sacerdotal. El acompañamiento de algunos de sus muchos grupos hace que yo también sea acompañado por ellos y, a través de ellos, por Dios. Destacar la celebración de la Eucaristía especialmente la del domingo donde nos encontramos y nos alimentamos  todos los que formamos esta hermosa familia, con Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. Presidir estas celebraciones es todo un don y una responsabilidad en la que me suelo sentir a menudo superado, aunque gracias a Dios y a los hermanos, cada vez lo vivo mejor.

Debo decir que todo ello no sería posible vivirlo como lo vivo, sin Antonio y Emmanuel. Juntos formamos el equipo pastoral de la Parroquia. Intentamos hacer todo un trabajo de equipo juntos, como sacerdotes pastores.

Otro aspecto que alimenta mi vocación permanentemente, es el encuentro personal y diario con el Evangelio de Jesús de Nazaret, creo que es una de mis mayores fidelidades desde que me ordené. Un tiempo a menudo de silencio y de escucha, aunque a veces me paso también pidiéndole y rogándole, y quizás menos agradeciéndole. Rara vez falto a su cita, e intento cumplir con su gran deseo para mi vida, como lo fue para la de Él, hacer juntos la voluntad de Dios.

Por último, quisiera destacar que difícilmente seguiría siendo sacerdote, si no fuera religioso Hijo de la Caridad. Es decir, sin la vida comunitaria junto con Emmanuel, Víctor y Antonio, con los que formo un hogar y una familia, donde intentamos vivir todo aquello que con frecuencia  predicamos. Pocas cosas me reconfortan, me ayudan tanto como el vivir con otros compañeros, hermanos. El comer, rezar, estar juntos, “rozarnos” diariamente es algo vital para mi fe y mi vocación como religioso sacerdote. La Eucaristía tan familiar, las tareas de la casa, las revisiones de nuestras vidas, la formación que juntos nos proponemos... Nuestra vida comunitaria se ve fortalecida, favorecida por la vida de la Congregación, por todos los que la formamos hoy.

Cabe señalar también en esta aventura de Dios “el sacramento” de la amistad, los buenos amigos sacerdotes y laicos que me acompañan, y mutuamente nos acompañamos. Y aquellos amigos que se sitúan en la frontera o fuera de la Iglesia.

Quiero concluir diciendo, que no hago más que dar un poco de lo mucho que he recibido y sigo recibiendo de tantas personas, de Dios. Estoy convencido que la gente más humilde, trabajadora, pobre son un lugar privilegiado para el encuentro con Dios, y verdadero alimento sacerdotal.

En estos momentos no fáciles para la Iglesia en su relación con el mundo, la batalla de nuestra mediocridad o santidad se libra en nuestra relación con el Dios de la Vida. Amar a Dios y al pueblo pobre y trabajador merece la vida, toda la vida.        

 Josechu, fc