“La otra noche, un hombre que se
llama Pedro me llevó a un lugar transfigurado. Perico, como es conocido en el
barrio, vive solo desde que murió su madre, y desde hace años (debe tener unos
cincuenta) se ha dejado devorar la vida por el alcohol. Lo encontré descalzo
por la calle y bebido; aun así, se acercó a mí con respeto, me contó que se
había quedado dormido con un cigarrillo en la boca y que se le habían quemado
unas mantas, y me invitó a su casa para que lo viera. Confieso que al principio
sentí miedo, pero luego agradecí el no haberme dejado paralizar por él. Me
mostró su pequeña casa, desatendida desde que su madre no está, sucia y con
olor a vino a restos de comida; luego me llevó a otra estancia, y allí fue
donde se hizo la luz: tenía cuatro colchones tirados por el suelo y me contó
que en ellos acoge cada día a chicos toxicómanos que no tienen adónde ir, y les
deja dormir allí, ducharse y lavar su ropa.
El rostro de Perico se iluminó en
aquellos instantes para mí. El borracho de nuestro barrio había hecho de su
casa un lugar donde otra gente muy herida podía «poner su tienda», descansar un
rato, comer algo y compartir un poco de compañía y calor. Allí recibí el regalo
de este hombre que, en su fragilidad y en su enfermedad, tenía para otros una
mirada que los salvaba. Así de inesperados son los misterios de la vida y del
corazón humano. ¡Quien nos diera ojos para llegar a verlos…!”
TEXTO DE MARIOLA LÓPEZ EN, MIRAR POR
OTROS. HISTORIAS DE SABIDURÍA Y SANACIÓN, SAL TERRAE, SANTANDER 2009, 152.