CARTA DEL PAPA FRANCISCO CON MOTIVO DEL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA:
¿Qué espero en particular de este Año de
gracia de la Vida Consagrada?
Que sea siempre verdad lo que dije una
vez: «Donde hay religiosos hay alegría». Estamos llamados a experimentar y
demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices,
sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica
fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que
nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los
ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.
Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida
consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, «la
radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los
religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la
prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como Jesús ha vivido en esta
tierra... Un religioso nunca debe renunciar a la profecía» (29 noviembre 2013).
Los religiosos y las religiosas, al igual
que todas las demás personas consagradas, están llamadas a ser «expertos en
comunión». Espero, por tanto, que la «espiritualidad de comunión», indicada
por San Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis
en primera línea para acoger «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en
este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión».[5] Estoy
seguro de que este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de
fraternidad perseguido por los fundadores y fundadoras crezca en los más
diversos niveles, como en círculos concéntricos.
Espero de vosotros, además, lo que pido a
todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias
existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a
los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15).
Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza,
familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos
y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres
y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino...
Espero que toda forma de vida consagrada
se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden.
Los monasterios y los grupos de
orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de
algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el
modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los
cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en
busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o
material.
Lo mismo pueden hacer los Institutos
dedicados a la caridad, a la enseñanza, a la promoción de la cultura, los que
se lanzan al anuncio del Evangelio o desarrollan determinados ministerios
pastorales, los Institutos seculares en su presencia capilar en las estructuras
sociales. La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan
diferentes, que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas
prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas
carismáticas en particular. No obstante, nadie debería eludir este Año una
verificación seria sobre su presencia en la vida de la Iglesia y su manera de
responder a los continuos y nuevos interrogantes que se suscitan en nuestro
alrededor, al grito de los pobres.
Sólo con esta atención a las
necesidades del mundo y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida
Consagrada se transformará en un auténtico kairòs, un tiempo de
Dios lleno de gracia y de transformación.