CUANDO DIOS
HABLA EN LAS TINIEBLAS
Estas
palabras resumen a la perfección la experiencia del P. Emilio Anizan, cuando
hace un siglo, en marzo de 1914, atraviesa la prueba más dura de su vida.
Expresión del misterio cristiano de muerte y resurrección, que Jesús nos ha
dejado como clave de interpretación y de sentido.
Los
Hijos de la Caridad hemos nacido de esa experiencia de prueba. Lo llevamos en
nuestros genes. Quizás por eso el Señor nos ha agraciado con un sexto sentido
para descubrir signos de vida y esperanza en las situaciones más oscuras de
nuestra vida personal y comunitaria y, sobre todo, en la vida de los pobres y
abandonados de su pueblo.
Emilio
Anizan sintió en ese momento que aquello en lo que se apoyaba, se venía abajo:
el Papa Pío X le retira su confianza, la
congregación que gobernaba se divide, la fraternidad queda herida, los pobres
que deben ser evangelizados quedan abandonados o escandalizados. Al comenzar el
retiro donde irá encontrando paz y luz, escribe: “Me
parecía que Dios se ocultaba, y que permanecía tan impenetrable, que me
encontraba inmerso en la oscuridad, y en medio de la tempestad”. Se siente, como
Pablo camino de Damasco, caído en tierra, derribado, preguntándose: “Señor,
¿qué quieres que haga?”
Anizan nos enseña dos
cosas fundamentales a la hora de afrontar las pruebas, las noches de nuestra
vida, para que sean fecundas. La primera: Se entrega sin reservas a la voluntad
de Dios, sin pedirle cuentas, convencido de que Él no está ausente, de que algo
le pide en esas circunstancias. Todo lo que tiene que hacer es intentar
descubrirlo y seguirlo. La segunda: no se encierra en él mismo, en su tristeza,
ni busca consuelo en los reproches, sino que pone los ojos en los pobres a los
que ha entregado su vida, en las cruces que ellos cargan. Cualquier luz pasará
por llevar luz a esas muchedumbres que esperan, “ahí tendidas, como ovejas sin
pastor”.
En este año de
aniversario para los Hijos de la Caridad en España, en un contexto de tanta
dureza y oscuridad para mucha gente; en el que con otros en la Iglesia nos
preguntamos “¿Qué quieres, Señor, de nosotros?”, queremos estar especialmente
atentos a esta experiencia de nuestro fundador. El supo encontrar vida, luz,
fecundidad, en medio de la noche, adentrándose sin temor en el movimiento de la
muerte y la resurrección de su Maestro: “El pensamiento de las muchedumbres
perdidas me invade y me persigue… me he unido a Jesús en la cruz, he
unido a su Pasión las cruces que llevo en este momento, y, junto a Él, he
pasado toda la misa gritando el “Señor ten piedad” por esas pobres gentes, y
ofreciéndome a ir a ellas, rezar, sufrir y trabajar por ellas. Creo que esta es
la estrella de mi retiro. Esta mañana me parece que se eleva, y siento que la paz y la confianza renacen en mí”.
José Miguel Sopeña, fc