Con el beneplácito de su
director espiritual y del cardenal Amette, pide a la Santa Sede la dispensa de
los votos religiosos.
Antes de que le llegue
la respuesta estalla la guerra. Ninguna obligación le retiene en París, y su
corazón le pide marchar a servir como capellán voluntario, a pesar de sus 61
años bien cumplidos, no en un hospital sino en el frente, lo más cerca posible
de los heridos y de los combatientes.
La actividad apostólica
será el mejor medio de superar la gran prueba por la que atraviesa, y la guerra
le dará la oportunidad de madurar sus proyectos de futuro.
Con la autorización de
sus superiores, los poderes del arzobispo de París y un permiso de transporte
del ministerio de la guerra, el 6 de agosto parte para Verdún. Mons. Ginisty,
que le conoce bien, le recibe excelentemente y le confía el ministerio pastoral
de la población civil que queda en el sector de Etain, entre Verdún y Metz.
En el Estado Mayor de la
plaza, el recibimiento es bueno, pero la función de capellán de sector no está
prevista en el reglamento; todo lo que le pueden ofrecer es un salvoconducto
permanente como capellán voluntario, y un brazalete de la Cruz Roja por si
cayera en manos del enemigo. Ni sueldo, ni ayuda económica alguna, ni prestación de víveres. Lo acepta todo con tal
de poder ejercer el ministerio pastoral que tanto anhela.