Este incomparable libro de amor.
Carlos tiene
ocho años…no va a la escuela… casi todos los días por la tarde viene a la misa:
esta es su distracción cotidiana…la mayor parte del tiempo, descalzo, con su
camisa rota por todos lados y su cabellos revueltos, se sienta en el primer
banco y espera que todos lleguen…el momento de la misa más importante para él,
es el “Saludo de la Paz”: él quiere estrechar el mayor número de manos posible
y cuando termina su “ronda” por toda la Iglesia, todo el mundo ha regresado a
su hogar.
Su delgada y
pálida cara deja adivinar uno de los dramas de su familia: su mamá padece de
tuberculosis pero, a pesar de todo, sigue ocupándose de sus hijos.
Anteayer
viernes, regresando de un viaje de ocho días por el norte de México, me tocó
celebrar la misa de siete de la tarde. Carlos estaba ahí como de costumbre. Al
final cuando la Iglesia se quedó vacía, él estaba sentado en su banco
esperándome. Cuando lo vi, me saludó con una gran sonrisa y sin más me dijo:
-
“Padre, quiero que bendigas la tierra en donde
depositaron a mi mamá”.
-
Pero ¿cuál tierra? ¿en dónde está tu mamá?
-
En el cementerio de Iztapalapa, completamente al
fondo. Murió hace cuatro días.
Sus ojos se
fijaron sobre los míos pidiéndome una respuesta sin una sola lágrima, me miraba
intensamente. Tal vez esperaba un imposible milagro. Yo lo estreché entre mis
brazos de todo corazón. Era la única pobre respuesta que podía dar a su inmensa
desgracia.
-
Sí, Carlos, te lo prometo, mañana sábado, iremos
con tu papá y tu hermana al cementerio de Iztapalapa a bendecir la tierra en
donde reposa tu mamá.
Yo no soy un
fanático de las bendiciones. A menudo pienso que el pueblo mexicano le da
demasiada importancia a esta clase de ritos exteriores. Pero ayer, sábado, aún
si hubiera tenido cuarenta de fiebre, de todos modos hubiera ida al cementerio
para esta bendición.
De rodillas,
sobre la tierra recientemente removida, hablamos a la mamá cuya ausencia pesa
tan cruelmente sobre sus hijos y su esposo, después permanecimos mucho tiempo
de rodillas y en silencio.
Estando al
lado del papá de Carlos, un hombre con el corazón de oro pero que a veces se
“consuela” con el alcohol, junto a Carlos, junto a su hermana Anita de seis
años, no podía dejar de pedir cuentas a Dios: “¿Por qué? ¿Por qué la muerte puede
arrancarles un ser tan indispensable a estos inocentes?
Mientras que
yo me debatía con este terrible misterio, puede ver sus rostros
resplandecientes de paz…viviendo una presencia.
¡Oh Señor!
¿Por qué en la escuela y en el seminario, me enseñaron tantas cosas en libros
muy bien hechos? ¿Y por qué me prepararon tan poco para poder leer este libro
del Amor incomparable que Dios escribe cada día en la vida de los pobres?
Del libro "El evangelio de la marranera" de José Bouchaud.