Hace unos
meses al terminar las misas del domingo se me acercó una pareja muy joven,
parecían angustiados y querían hablar un momento conmigo aunque no les conocía.
“Mire, -dijeron- tenemos una niña de un año que nació mal, con graves problemas
en el aparato digestivo, apenas admite comida... tiene una lesión en la cabeza,
en este tiempo tan corto de vida ha tenido varias paradas cardíacas...
esperamos que la operen en esta semana... es una operación arriesgada. Hasta
ahora no la hemos bautizado... pero ahora queremos bautizarla pase lo que pase.
El horario de trabajo no nos permite venir un domingo... ¡por favor! bautícela
un día de esta semana.
Les
angustiaba la situación de la niña, pero también las normas de las parroquias
para los bautizos, las horas, los días... Ante su angustia, su sencillez, me
ofrecí a bautizarla, el martes de esa semana.
Quedamos
a mediodía y allí llegaron Alejandro y María, con María, la niña. Su pequeño
rostro marcado por la enfermedad hacían destacar sus grandes ojos abiertos que
hablaban de sufrimiento, en un ser tan pequeño, tan débil, tan frágil,...
En
el bautizo estábamos seis personas. Uno, no sabe bien qué decir en esos
momentos... intentas acogerlos, quererlos, ser un testigo del Amor y la
Misericordia de Dios, pero a la vez te sientes tan pequeño, tan torpe... Pero
mi asombro nace al escuchar a la joven madre dar gracias a Dios... “cuando
nació – decía - me dijeron que no sobreviviría, pero la he podido tener conmigo
este año... que sea lo que Dios quiera”.
¡Cuánto
sufrimiento!, ¡Cuánto amor!, ¡Cuánto misterio!...
Al
cabo de unos días supe que la operación no pudo realizarse por el estado tan
débil de la niña que cada día tenía nuevas crisis y empeoraba.
A
los dos meses vinieron de nuevo los padres a la salida de la misa con María en
sus brazos. “Venimos a rezar- dijeron- y a que rece con nosotros. Mañana será
la operación y no nos dan muchas posibilidades, ¡que sea lo que Dios quiera!”.
Durante
el día siguiente pensaba en ellos, no me atrevía a llamar porque imaginaba lo
peor. A la tarde llamé al hospital, se puso la madre llena de alegría. Todo
había salido bien, la niña ha respondido, los médicos están asombrados... y
nosotros estamos muy contentos, en unos días le darán el alta.
Pasada
una semana vinieron. Sus rostros irradiaban alegría:”Padre, la hemos tenido que
comprar ropa más grande, ha empezado a coger peso... el rostro de la niña había
cambiado. La vida iba volviendo a sus ojos. Nos abrazamos y compartimos la
alegría y la acción de gracias a Dios.
El milagro había
comenzado antes... quizás cuando daban gracias a Dios por la vida de la niña y
la pusieron en sus manos”.