Oh María, Madre de Jesús, Espejo de la Divinidad, Madre amorosa y constante bienhechora, vos
que, por el amor que tenéis a los pecadores, habéis querido asociarnos a
vuestros esfuerzos para llevarlos a Dios, seguid concediéndonos esa conmovedora
predilección, de la que tantas pruebas nos habéis dado, que es nuestro más
dulce consuelo y nuestra más firme esperanza. Ayudadnos en nuestra inmensa
tarea que tan importante es para vos, multiplicando las vocaciones serias y
fecundas, manteniendo y aumentando en nuestras comunidades el fervor, la
caridad y el verdadero espíritu religioso, así como una filial sumisión a la
santa Iglesia y a sus jefes, en una palabra, haciéndonos a todos santos.
En el curso de los siglos ha habido comunidades
religiosas a las que habéis cubierto con el manto de vuestra protección; haced
lo mismo con la nuestra, para que glorifique a Dios hasta el final de los
siglos, santifique a todos los que vos le entreguéis, y cumpla de forma
magnífica su misión de salvar a los pobres y a los pecadores.
El que ha escrito estas páginas os ruega que las hagáis
eficaces entre sus hijos, que son los vuestros; y concededle que, a pesar de su
indignidad, cumpla valientemente, bajo vuestra guía, su pesada tarea, hasta que
llegue la hora en que vos misma os dignéis recibirle para presentarle a vuestro
amado y divino Hijo Jesús. (CARTA CIRCULAR "NUESTRA MADRE" 1927)