"He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! (Lc 12, 49)

¡HAZME FUEGO!

Jesús mío, mi hermano, mi amigo, mi Dios, tú has venido a la tierra a traer el fuego del amor divino, y tu gran deseo es que ese fuego arda. Si es tu deseo, inflama mi corazón con ese fuego, ¿a qué esperas? El tiempo pasa, transcurren los años, pero mi corazón sigue frío. ¿Me dejarás languidecer hasta la muerte? Lloraste lágrimas de sangre sobre los que no quisieron abrirte su corazón. No llores más sobre el mío, Jesús. Lo pongo a tus pies. Vale bien poco, más de una vez lo he prostituido. Ha vagado por el mundo, se ha hecho a él, pero sólo te quiero a ti. Jesús, te piedad de mi miseria, y de este corazón de hielo que tantas veces se ha resistido a tu amor. Te lo suplico, conviértelo en brasa ardiente.

Jesús mío, adorable y amado Jesús, tú lo sabes, sólo puedo desear, gritar, llorar. Ni eso puedo hacer con mis solas fuerzas, y si no me ayudas, me quedo ahí con la boca cerrada y el corazón helado. ¡Jesús, socorro! ¡Ven, ven, no tardes! ¡Llevo tanto tiempo sin hacerte el caso que mereces! Haz que mi vida no sea más que una aspiración de amor hace ti. Que mi oración sea tan conmovedora que no tengas más remedio que amarme.


Si tú deseas que mi corazón te ame, yo lo quiero. Si tú estás sediento de amor, yo me muero por amarte. ¿Qué esperas? Es bien poco lo que te doy, pero tú lo has dicho, tienes sed de ese poco. Apaga tu sed y la mía. O retráctate o vuélveme loco de amor por ti.  Emilio Anizan, 1875 (22 años).