“Pobre querido pueblo, engañado por mil ambiciones
que le empujan hacia la desdicha del tiempo y de la eternidad. ¡Ojalá que pueda
dedicarme todo entero a ti! Desde hace años no pienso más que en ti. Ser tu
padre, tu hermano, tu hijo abnegado, tu esclavo, ese es mi sueño.
¡Queridos pobres y pequeños de este mundo, como
quisiera ser vuestro hombre! Quisiera tener riquezas, fuerza, talento para
ponerlo a vuestro servicio, como hizo Jesús con su poder y con sus virtudes.
Vivir, trabajar, tener mil preocupaciones, cansarme
hasta el agotamiento, desgastarme a tu servicio, sin ninguna recompensa aquí
abajo. Socorrerte y salvarte para la eternidad. Esta es mi única ambición.
Jesús, mi querido y divino maestro, creo
comprenderte. Tú amaste al hombre hasta hacerte uno de nosotros, hasta darle
toda la esencia de tu ser, tu preciosa vida, hasta darte como alimento, hasta
morir por él.
Yo siento algo de esto para con los pequeños y para
el pueblo. Lo quiero. Ambiciono sacrificarle todo lo que me queda de vida.
Deseo desgastarme hasta la médula por él.
Después, cuando haya hecho todo el bien que esté a
mi alcance, estoy dispuesto a morir en las manos de Dios. Aunque deseo morir
por ti ante todo, también quiero morir por el pueblo.
Cuando encuentro un trabajador, hombre o niño, ¡Si
supiera lo que siento por él! ¡Ni se lo
imagina! Por desgracia quizá cree todo lo que se dice, que el sacerdote tiene
desprecio y prejuicios hacia él. Quizá sienta odio y aversión hacia mí. Pero yo siento hacia él amor y simpatía.
Él no me conoce y no conoce a Jesucristo. Yo le
conozco, sé que es un ser inmortal, querido de Dios, destinado al cielo.
Dios mío, dame la oportunidad de servirte en la
persona de los más despreciados de la tierra. Ojalá pueda compartir el mismo
desprecio que ellos sufren, y al mismo tiempo, ayudarles mucho ahora y para la
eternidad.” P. ANIZAN (1885)