Dios mío, concédeme ser de verdad el buen samaritano de todos esos pobres de cuerpos, corazones y almas doloridos, que están tendidos a lo largo del camino de la vida, en medio de la indiferencia del mundo, como ovejas sin pastor.
¡Ah, si pudiera ser el pastor no sólo de los que yo encuentre, sino suscitar y preparar pastores para los que no encontraré jamás, para los que vendrán a este mundo después de mí y hasta el final de la gran prueba de la humanidad!
Jesús, Padre y Amigo de los pobres, en esto como en todo tú nos has mostrado el ejemplo a seguir, para hacer como tú mientras aguardamos el final de la vida. ¡Aquí estoy, envíame!
Pero, es verdad que no basta con decir: envíame, sino que nosotros mismos tenemos que ir hasta donde podamos.
MEDITACIÓN SOBRE LA COMPASIÓN DE JESÚS - 1917