Entra en el seminario mayor más empujado por su obispo que por un deseo personal de ser sacerdote. Con el paso de los años va descubriendo su llamada vocacional al conocer el mundo de los obreros que llenan los extrarradios de París, sus difíciles situaciones de vida y su rápida descristianización. Es así como entra en contacto con los Hermanos de San Vicente de Paul y conecta totalmente con su carisma: la evangelización de los pobres y los obreros. Todas sus dudas se disipan: quiere entregar su vida a la evangelización de los más pobres.
Pero sus aspiraciones chocan con la negativa del obispo de su diócesis. Tiene que esperar doce años antes de poder realizar su sueño. Mientras tanto es ordenado sacerdote y trabaja pastoralmente en dos parroquias de su diócesis hasta que su obispo le permite entrar en los Hermanos de San Vicente de Paul.
Comienza el noviciado en 1886, tiene ya 33 años pero se siente muy feliz de poder responder a la llamada de Dios: Mi corazón pertenecerá por entero a Dios y, a través de Él, a los huérfanos, a los pobres, a los olvidados, a los que sufren, a los ancianos abandonados, a los afligidos, sobre todo a los que están solos.
Tras los primeros votos es enviado como capellán de una obra de apostolado en el barrio de Charonne en París. Allí vivirá los años más felices de su vida. Años de entrega al pueblo pobre y de amor apasionado por Dios:
Tras estos años de dedicación a la evangelización, Anizan es elegido para el gobierno general de su congregación. Primero como primer asistente hasta llegar a ser superior general. El estar lejos del pueblo le produce dolor pero a la vez le ayuda a profundizar en su experiencia de Dios.
Acusado por ciertos grupos de “modernismo social”, en un contexto de obsesión antimodernista en el Vaticano, es depuesto por Roma de su cargo de superior general el 24 de enero de 1914. Es lo que él llamará “la gran prueba”.
Saltan, hechos añicos los grandes ejes de su vida: la evangelización del pueblo, la caridad fraterna, la comunión con los responsables de la Iglesia. Todo ello le lleva a retirarse a la cartuja de Pleterje (en la actual Eslovenia). De esa noche mística saldrá más abandonado que nunca en las manos de Dios, y más profundamente enraizado en su vocación: dar a conocer al pueblo pobre la Caridad de Dios. Así lo expresa:
El pensamiento de los masas perdidas me embarga y me persigue… En espíritu he vuelto a estar en medio de ellas, he rezado y suplicado por ellas. Durante la misa conventual me he unido a Jesús en la cruz, he unido a su pasión las cruces que llevo en este momento y, junto a Él, se me ha pasado la misa gritando “compasión” por esas pobres gentes, y ofreciéndome a ir a ellas, sufrir y trabajar por ellas.
A su vuelta de Pleterje lo primero que hará será ir como capellán voluntario al frente de Verdún, para acompañar a los que sufren en la primera guerra mundial. Tras más de año y medio en primera línea del frente, regresa a París y se va congregando en torno a él un grupo que continúan con el deseo de retomar la vida religiosa al servicio de la evangelización del pueblo obrero y pobre.
El Papa Benedicto XV le rehabilita y le anima a fundar una nueva congregación. El mismo Papa le sugiere el nombre: Los Hijos de la Caridad. Esta es fundada el 25 de diciembre de 1918.
En el último capítulo general en el que participa el fundador antes de su muerte, presenta un informe titulado Nuestro Triple Ideal en el que expresa cuál es la vocación a la que son llamados los Hijos de la Caridad. Este Triple Ideal es la llamada a la santidad, la fecundidad apostólica y la evangelización de los pobres.
El P. Anizan muere el 1 de mayo de 1928. En su testamento espiritual expresa un último deseo a Dios:
Os recomiendo a todos los hijos que me habéis dado en nuestra querida familia de los Hijos de la Caridad, y que tanto he amado siempre. Impregnadles de amor a vos y a los pobres; santificadles; que permanezcan fieles al espíritu religioso, y sobre todo al espíritu de caridad mutua, tan importante para vos; que pongan por encima de todo la práctica de la verdadera caridad.