¿No te importa que perezcamos?

¡Cuántas veces nos ha surgido esa pregunta al Señor! Ante situaciones, acontecimientos, personales, familiares, comunitarios, del mundo en que vivimos y sus sufrimientos e injusticias.

El mar en el evangelio está muy presente. Es fuente de vida y alimento, lugar de trabajo. La gente, y Jesús también, lo cruza continuamente. Es también un lugar imprevisible, se niega a veces a proporcionar sus frutos, misterioso, peligroso. Que se lo digan a los que se lanzan continuamente a cruzarlo buscando un futuro mejor, a riesgo de perder la vida, o a los marinos y pescadores. Imagen de la realidad del mundo y de nuestras vidas.

La barca en la que van los discípulos con Jesús, imagen de la Iglesia. Vive esa realidad, junto a otros hombres y mujeres, sometidos a las mismas situaciones: “otras barcas lo acompañaban”. Buscan, esperan… ¡Hay tantos en nuestro mundo, en nuestros barrios y lugares de vida!

Jesús duerme en medio de la tempestad. ¿Un sueño de desentendimiento de la realidad? No parece. Es un sueño de confianza en el Padre, de ánimo pacificado. “Nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 22). Su sueño no es ausencia, es presencia confiada. Demostración: “increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma”. Jesús es el Señor, vencedor del mal y de la muerte. No solo los discípulos, sino todos los buscadores que los acompañan se benefician de ello.

“¿Aún no tenéis fe?”, ¿después de todo lo que habéis visto y oído desde que estáis conmigo?

La fe no es solo creer en Dios, eso hasta los demonios lo hacen. La fe es confiar en Él, es no tener miedo. ¡Señor, aumenta en nosotros esa fe!

                                                                   

 

 

 

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