Un testimonio de amor a la Iglesia y a los pobres. Un estímulo y ejemplo para todos pero, de modo particular, para quien siente la llamada del Señor a ser pastor y dar su vida en servicio por el pueblo.
Decía Monseñor
Romero:
“Ya sé que hay
muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarla de que ha
dejado la predicación del Evangelio para meterse en política, pero no acepto yo
esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido
impulsar el Concilio Vaticano II, la Reunión de Medellín y de Puebla, no sólo
lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y
lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el
Evangelio para nuestro pueblo. Por eso le pido al Señor, durante toda la
semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto
crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna
para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga
siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el
esfuerzo por cumplir con su misión.” (23.3.80)
El mismo 23 de
marzo de 1980 pronunciaba estas palabras en una de las homilías más conocidas y
recordadas de Monseñor Romero:
“Yo quisiera
hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en
concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía , de los cuarteles.
Hermanos, son de
nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden
de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: NO MATAR.
Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una
ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su
conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La
Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad
humana, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno
tome en serio de que nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.
En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos
suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les
ordeno! ¡CESE LA REPRESION!
La Iglesia
predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una
liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la
persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira
ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza.
Vamos a
proclamar ahora nuestro Credo en esa verdad (fin de la Homilía).”
¡Cuántos
Monseñores Romero necesitamos también hoy!
“El martirio es
una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi
vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza
será pronto una realidad.”